
Muchas son las razones para que un cristiano o cristiana quiera encontrar un buen cónyuge. El mundo que nos rodea nos insiste, por medio de historias románticas, imágenes explícitas por todas partes y comentarios de todo tipo a que busquemos a alguien con quien satisfacer nuestros más bajos instintos. Nuestro mismo organismo también empuja en ese sentido, regando nuestro torrente sanguíneo con hormonas que apenas podemos contener. Desde los púlpitos, los predicadores insisten en que busquemos, cuanto antes, una buena pareja cristiana y nos casemos, a la mayor brevedad posible. Y, si hablas con algún hermano en la iglesia, posiblemente, su consejo sea que abandones la soltería para tener a un «compañero de vida», con quien caminar el camino cristiano.
La presión para el soltero cristiano, desde todos los flancos, es muy elevada. Por un lado, es verdad que el mundo en que vivimos celebra un libertinaje sexual que denigra todo su sentido y menosprecia al matrimonio, y la labor de la Iglesia es proteger al matrimonio y proteger al soltero del terrible daño que puede sufrir, honrando el matrimonio como un don y diseño divino. Aun así, por otra parte, también debemos recordar que la soltería no es un pecado en sí mismo y, más importante aún, que lo que necesita el soltero cristiano, esencialmente, no es una buena esposa, con todo lo beneficiosa que pueda ser para él.
Así pues, quiero rescatar una vieja historia para tratar un problema actual. Vamos a regresar más de tres milenios en el tiempo para recordar a una mujer que, en un sentido humano, necesitaba a un hombre, pero que comprendió una verdad mucho más importante.
No busques a la persona correcta, sino al Dios correcto
El libro de Rut nos habla de una situación terrible. Una mujer hebrea, Noemí, emigró a Moab con su esposo y dos hijos. Allí, quedó viuda primero, y después de casar a sus hijos, quedó también privada de ellos, en un drama desgarrador. Como sabemos, en esa época y cultura, el que una mujer quedase sin un hombre era sinónimo a quedar en una situación de indefensión total, más aún cuando estaba alejada de su propia familia, al haber emigrado a otro país.
En este contexto, nos encontramos a una de sus nueras, Rut. Ella era moabita y la pérdida de su esposo la dejó en una situación de viudedad y privación de un hombre y cualquier seguridad en su vida. Aun así, a diferencia de su suegra, ella sí que tenía algo. Tenía a su propia familia, con la que podría haber regresado, y así le pidió que hiciera Noemí. Pero Rut no quiso hacerlo. Decidió que volvería a Belén junto a Noemí, su suegra, que no podía darle nada más que una vida de miseria asegurada.
Podría haber escogido la opción más segura, volver a la seguridad de su padre, o buscar un marido entre los suyos, pero renunció a ella. La moabita conocía perfectamente su situación y a lo que se enfrentaba, pero ella no estimó tanto su necesidad de un hombre, aunque esta fuera real, ¿qué duda cabe? En medio de esta tragedia, este dolor y este vacío, ella entendió que había algo que ella necesitaba más que al marido correcto: Rut necesitaba al Dios correcto, el Dios de los hebreos.
«Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, mi Dios». (Rut 1:16)
Esta afirmación no es poesía para Instagram. No es una frase bonita para imprimir en la taza del desayuno, ni siquiera para decírsela a tu marido el día de tu boda. De hecho, es todo lo contrario. Es la afirmación de alguien que ha encontrado algo más grande que cualquier cosa que pudiera ofrecerle hombre alguno. Es el testimonio de alguien que ha comprendido que su única esperanza no es un nuevo esposo, sino un nuevo Dios.
Dios fue su prioridad. Booz fue su añadidura.
Eso fue exactamente lo que hizo Rut. Ella no fue a Belén buscando marido. No la movía un deseo romántico, ni trataba de satisfacer una necesidad personal de una «media naranja». Fue con su suegra buscando a Dios. Ella unió su vida a la de una señora pobre y desvalida en un pacto de entrega total, porque se había prendado del Dios que había conocido por medio de ella. Y, lo que hizo fue servir a Noemí, honrar el pacto que había hecho con ella, en la presencia de su Señor. Lo hizo de sol a sol, lo hizo bajo el sol abrasador y con la espalda encorvada, espigando como una mendiga.
Y, fue en ese momento de humillación, abandonada a la voluntad del Dios que había decidido seguir, que apareció Booz. Dios le dio un hombre, pero ese hombre fue un regalo divino, no un plan estratégico que ella trazó. Ella se enfocó en servir a su anciana suegra, deseando honrar a Dios, y éste se enfocó en orquestar la situación para darle lo que ella necesitaba y anhelaba.
La prioridad de Rut fue el Dios de los hebreos, y así actuó. Es obvio que su necesidad humana imperiosa, por múltiples factores, era el tener un marido, pero ella priorizó lo importante. Y Dios la bendijo. No lo hizo porque le debiera algo a ella, sino porque al Señor le encanta bendecir a los que le miran a Él. La consecuencia natural de la obediencia es la bendición. Booz fue la añadidura para Rut.
Nuestra necesidad principal no es romántica, es espiritual.
Podemos sentirnos tentados a mirar a nuestras necesidades, y cómo parece que Dios no está haciendo nada al respecto. Podemos hacerlo y preguntarnos qué está haciendo Dios. ¿Por qué aún no me ha dado a la esposa o el esposo que tanto necesito? Esa era exactamente la actitud que tenía Noemí cuando regresó a Belén. Ella se quejaba amargamente por el trato que le había dado el Señor.
A su lado, Rut brilla como un contraste, una extranjera que había entendido que Dios es todo lo que ella necesitaba, y que Él le daría lo necesario, en Su tiempo y a Su manera. La fe de la moabita es una fe temeraria, una fe que se aferra a Dios, aunque no haya razones visibles, cuando las circunstancias son terribles y el corazón duele, y duele de verdad. Es una fe que no busca soluciones humanas inmediatas, sino que se contenta con la presencia del Dios que, aunque ella no lo vea, está actuando, y lo está haciendo para su bien.
Y, sin embargo, esa fe temeraria, tozuda, desesperada y aparentemente ciega es precisamente la fe que Dios honra. Rut no busca sobrevivir con un esposo. Busca caminar con un Dios al que apenas empieza a conocer, un Dios que puede darle todo lo que desea, y mucho más.
Y eso lo cambia todo.
Entonces, ¿debes buscar pareja?
El libro de Rut no es una oda al emparejamiento cristiano. No es una lección sobre cómo encontrar a tu media naranja. Este libro es un canto a la suficiencia de Dios, una poesía elevada desde un alma rota que entiende que todo lo que necesita para ser sanada y restaurada es el Dios de Israel.
De ninguna manera esto devalúa el matrimonio, que es un pacto santo y glorioso establecido por el Creador, y una vía maravillosa para glorificarle en muchos sentidos. Sin embargo, nos enseña dónde debe residir nuestra esperanza definitiva.
En este sentido, querido hermano o hermana, quiero animarte a seguir el ejemplo de la moabita. Lo primero y más importante, pienses lo que pienses que son tus necesidades, acude a Dios. Descansa en Cristo como el único que puede darte lo que realmente anhela tu alma. No busques un salvador romántico como meta en la vida. No esperes al príncipe azul que te librará de la situación en que estás, no. Espera en Dios.
Y, mientras esperas en Él, sírvele con pasión. Rut halló al hombre que Dios tenía preparado para ella mientras servía a su suegra, mientras honraba el pacto que había hecho. Tu soltería te pone en una situación espectacular para servir a Dios. No la aproveches para viajar, para festejar o para jugar a videojuegos. Aprovéchala para servir al Salvador, mientras reconoces que Él es todo lo que necesitas.
De la misma manera, el matrimonio es una plataforma de servicio, aprendizaje y discipulado única, pero cada etapa tiene su propósito y sus oportunidades particulares de glorificar al Señor. Porque si Rut, viuda y extranjera, descubrió que Dios basta… ¿por qué tú no?
Si esta perspectiva te ha desafiado o te ha dado nueva luz, te invito a sumergirte más en la historia de Rut a través de mi libro Rosas por cenizas, donde descubrirás cómo el plan de Dios para tu vida es mucho más grande y glorioso de lo que jamás imaginaste, independientemente de la situación que estés atravesando.

Artículo inicialmente publicado en el blog de la Editorial EBI.