Los niños: ¿carga o bendición?

En las anteriores entradas, hablábamos de la manera en que el mundo nos habla de la paternidad, y de cómo Dios nos habla de la paternidad. Podíamos ver que el contraste no puede ser más drástico. Mientras, según el mundo, el tener hijos es una carga, según Dios, el tener hijos es una bendición. Ahora, ¿qué significa exactamente esa afirmación? ¿Quizá nos cuesta entender lo que Dios dice de que tener hijos es una bendición porque no hemos comprendido lo que significa el concepto de bendición?

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El tener hijos es caro, eso es un hecho. Más aún, con la enorme cantidad de cosas que, aunque realmente no necesiten, los padres pensamos que son vitales. Según un estudio, en España, una familia en la que los dos padres trabajan, dedicará más del 40% de su sueldo exclusivamente en cubrir los costes que derivan de sus hijos, casi 1200€ al mes.[1] Además, tener un hijo es cansado. Pensar en que vas a pasar noches y más noches sin dormir, que tu libertad va a saltar por los aires, que ya no tendrás tiempo para hacer lo que quieres y que esa situación va a seguir así por muchos años, es algo que echa para atrás a muchos cuando se plantean si tienen un vástago o no. Además, los niños nos sacan de nuestras casillas. Tienen la capacidad de llevarnos hasta el límite de nuestra paciencia, y sobrepasarlo, sin ninguna complicación. En resumen, el tener hijos es un sacrificio enorme que demanda de mi que deje a un lado el dinero, el disfrute, los viajes, los hobbies y el tiempo libre, para dedicarme a otra persona.

Según nuestra sociedad, y nuestra mentalidad, demasiadas veces, esa es la antítesis de la bendición. ¿Cómo va a ser algo bueno que yo deje de buscar mi propia satisfacción? ¿Puede la bendición de Dios resultar en que yo tenga menos de casi todo? ¿Es realmente tan cara la bendición divina?

Quizá, deberíamos hacer caso a las palabras que dijo el Maestro hace dos mil años, en su sermón más antológico, el Sermón del Monte. Allí, Jesús habla de quiénes son los que realmente disfrutan de la bendición de Dios, en la sección que conocemos como “las Bienaventuranzas” (Mt. 5:3-16). ¿Quiénes son los bienaventurados, o los bendecidos por Dios? Fíjate, son “los pobres en espíritu” (Mt. 5:3), “los que lloran” (Mt. 5:4), “los humildes” (Mt. 5:5), “aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia” (Mt. 5:10) y aquellos a los que insultan, persiguen y dicen “todo género de mal… falsamente” (Mt. 5:11). ¿Cómo podría Cristo decir esas cosas? ¿Cómo va a ser alguien feliz y estar en el epicentro de la bendición de Dios, mientras le persiguen y le insultan? ¿Es el cristianismo una especie de masoquismo?

El apóstol Pablo da un ejemplo de lo que significa buscar la bendición divina correctamente. Él mismo afirma “dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás, que me abofetee, para que no me enaltezca” (2 Co. 12:7). Parece ser que Pablo tenía alguna dolencia física y rogaba a Dios que se la quitara, pero la bendición divina para él, en este caso, consistía en dejarle afrontar la dolorosa realidad de su enfermedad, pero con un cambio dramático de mentalidad. Desde luego, a Pablo le hubiera encantado que el Señor le librara del dolor, pero Dios tenía otro plan mejor, una bendición secreta para él. La bendición divina consistía en la capacidad de descansar en Dios en medio de las circunstancias, no en librarle de las circunstancias complicadas: “Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9).

¿Qué quería decir Jesús con las Bienaventuranzas? ¿Qué bendición recibió Pablo? La respuesta está en que Dios nos bendice con cosas que, aunque no sean cómodas y nos obliguen a sacrificarnos, nos ayudan a ser quienes debemos ser. El plan de Dios es que nos parezcamos a Cristo (Rm. 8:29), no que estemos más cómodos ni que tengamos más dinero.

Es precisamente en este sentido que los hijos son una bendición para nosotros. Desde luego, tener un hijo es un sacrificio enorme, pero un sacrificio que constituye un auténtico cohete para que dejemos a un lado nuestro egoísmo para buscar el bienestar de otros por encima del nuestro.

En medio de una conversación con padres y abuelos de niños, cuando iba a recoger a mis hijos al colegio, una abuela decía que la madre de uno de los compañeros de mi hija, siempre se quejaba porque el tener hijos les había destrozado la vida. Ellos solían viajar mucho y vivir libres, pero ahora tenían que quedarse en casa y gastar el dinero en mocosos. Puede ser que sea duro el dejar a un lado la libertad, pero, ¡la realidad es que el tener hijos nos quita de muchas tonterías que todos tenemos en la cabeza!

Los niños son caros, nos arrebatan horas de sueño y nos sacan de nuestras casillas, pero son una bendición del cielo por múltiples razones, la primera de todas, porque me ayuda a entender que Dios no quiere que mi vida sea fácil, sino que mi vida sea santa. Ese es Su gran propósito, que me parezca más a Cristo, y para eso, necesito a mis tres pequeñas bendiciones, por las que debo estar muy agradecido.

Quiero acabar citando un párrafo de un libro que, Dios mediante, será publicado el próximo año:

Mis hijos son una bendición de parte de mi Dios, una bendición tan grande que ningún viaje, ninguna comodidad ni ninguna tranquilidad van a pagar jamás. La realidad es que no tengo ninguna necesidad de irme de crucero por el mar Caribe, pero necesito todo lo que Dios me da por medio de esos tres pequeñitos para ser quien debo ser. Este tiempo, con todas sus incertidumbres, sus pérdidas de paciencia, sus intranquilidades y sus carencias, es el mejor tiempo de mi vida, en el que Dios más está tratando conmigo. Sin vacaciones, sin descansos y sin paciencia, este es el tiempo en el que soy más feliz y tengo una vida más plena de toda mi vida. Mis niños son uno de los grandes regalos que Dios me ha dado, y ser su padre es uno de los grandes honores que Él me ha otorgado, un honor que no merezco. Ellos son preciosos, dan alegría a mi vida y me ayudan a salir adelante cuando ya no puedo más. Ellos son un instrumento en manos de mi Señor para empujarme a dar pasos en la buena dirección.[2]


[1] https://reportajes.lavanguardia.com/cuanto-cuesta-tener-un-hijo/ . Acceso el 11 de octubre de 2024.

[2] Pozo, Miguel Ángel, Paparruchas: Mentiras que creemos, verdades que ignoramos (Patmos, 2025).

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