Las llanuras de Mesopotamia comenzaron a ser habitadas hace ya más de 7000 años. En esa tierra, entre los grandes ríos, el Tigris y el Éufrates, florecieron multitud de ciudades, culturas, naciones e imperios, pero ninguna tan poderosa y tan mítica como la gran ciudad de Babilonia.
Babilonia en la historia
El primer registro del nombre de la ciudad, lo encontramos en las palabras del hijo del gran rey Sargón, en el 2250 a. C. Durante este tiempo, la ciudad a orillas del Éufrates distaba mucho de ser la gran urbe en que se convertiría.
Un tiempo glorioso para la ciudad de Babilonia lo encontramos en el imperio babilónico antiguo, a principios del segundo milenio a. C. Este fue un tiempo de gran expansión territorial y política, que conocemos por la brillantez de su sexto monarca, Hammurabi. Este glorioso imperio cayó por diferentes ataques desde diferentes puntos, sumado a una debilidad interna.
A partir de entonces, la ciudad gozó de épocas mejores y peores, pero siempre estuvo supeditada a potencias extranjeras como los casitas o los asirios. Curiosamente, aun así, la idea de que esta ciudad estaba situada en el centro del mundo, no cayó en el olvido.

Finalmente, el poder de Babilonia llegaría a su cumbre de la mano, y como consecuencia, de la caída del gigante asirio. Con la muerte de Asurbanipal, el último gran emperador de Nínive, en el 631 a. C., la situación en el imperio cayó en el caos. Con ambos hijos disputando el trono imperial, las rebeliones se sucedieron, tanto en el este como en el oeste. En Babilonia, el rey Kandalanu también se rebeló, encabezando una liga de ciudades acadias en contra del dominio asirio. Pero, en el sur, había otra rebelión que se estaba gestando, la de un poderoso y brillante líder, Nabopolasar. Él supo aprovechar la ocasión para, primero, hacerse con Babilonia y, desde allí, ir tomando feudos del poder asirio hasta terminar, en el 612, por conquistar la misma ciudad de Nínive, con la ayuda de sus aliados de Media. Se abría así un periodo de esplendor que alzaría a la ciudad a la capitalidad global, y que así permanecería hasta su caída ante el avance imparable de Ciro el Persa. Nabucodonosor II, el hijo de Nabopolasar, no solo consolidó el poder babilónico, sino que convirtió su capital en una metrópoli sin igual. Sus imponentes murallas, la majestuosa puerta de Ishtar y la sobrecogedora Etemenanki, el templo de Marduk, rey de los dioses, son ejemplos de ello.
Aun así, la ciudad mantuvo su gloria y esplendor durante siglos y, de hecho, fue allí donde el emperador griego Alejandro Magno exhaló su último aliento en el siglo IV a. C.
Babilonia en la Biblia
En el Antiguo Testamento, hay 287 referencias a la ciudad de Babilonia. Es, por lo tanto, una de las ciudades con un mayor peso en las Escritoras hebreas.
Moisés nos dejaría una perspectiva muy interesante de la llanura del “Sinar” (la manera en que los antiguos llamaban a la tierra entre los ríos, lo que nosotros llamamos por el helenismo «mesopotamia») en general y de Babilonia en particular. Génesis 11 nos habla del incidente, después del Diluvio Universal, en el que los hombres, desoyendo el mandato divino, decidieron, no expandirse por el mundo y llenar la tierra (Gn. 1:28; 9:1), sino concentrarse alrededor de una única urbe, “Babel” (Gn. 11:9). La respuesta divina fue la dividir a los hombres, confundiendo sus idiomas y forzando su división y, por tanto, su expansión global. De ahí, el nombre de la ciudad, “confusión”. Así, desde el principio, la ciudad de Babilonia se erige como una representación de la rebeldía humana contra Dios, rebeldía, obviamente, abocada al fracaso más estrepitoso.
Pero, quizá, es precisamente del periodo de la grandeza del imperio neobabilónico, encarnado por Nabucodonosor, la manera en que la ciudad es más conocida en la Biblia. Aunque los profetas hacen referencia frecuentemente a la ciudad, el episodio más traumático para el pueblo de Dios, y el más enfático en cuanto a la ciudad, lo encontramos en lo que ocurrió en el 586 a. C.
Desde que los babilonios se impusieron como la potencia indiscutible del medio oriente, en el 605 a. C., los judíos se habían convertido en un reino vasallo de los de Sinar. Pero, desoyendo las exhortaciones del profeta Jeremías (Jer. 27:11-12; 27:17; 38:17-18), se habían rebelado repetidamente contra la autoridad de sus gobernantes e hicieron que los babilonios finalmente destruyeran la ciudad santa de Jerusalén y llevasen a sus habitantes al destierro, convirtiéndolos en siervos de Babilonia.
Así, Babilonia no solamente es el símbolo de la rebelión contra Dios, sino el símbolo de las consecuencias de esta rebelión. El Señor usó a esta ciudad como un correctivo contra Su pueblo.
En el Nuevo Testamento, también Babilonia se usa con este sentido de ciudad enemiga de Dios, aunque usada por Él. Parece que, tanto Pedro, como Juan, hablan acerca de Roma llamándola “Babilonia”. Lo hacían de una forma críptica, haciendo ver la opresión, el imperialismo y, sobre todo, la rebeldía contra Dios de la ciudad que gobernaba al mundo. Es curioso que también Roma destruyera Jerusalén y acabara con el Templo, esta vez en el 70 d. C. El libro de Apocalipsis lleva hasta el extremo esta visión, llamándola “madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra» (Ap. 17:5).
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Para saber más:
Historia de Babilonia:
Georges Roux, La Mesopotamia (Akal, 2007). Un libro clásico sobre la historia de la región, con información detallada sobre Babilonia y su evolución.
Teología y simbolismo de Babilonia en la Biblia:
John H. Walton, Ancient Near Eastern Thought and the Old Testament: Introducing the Conceptual World of the Hebrew Bible (Baker Academic, 2006). Analiza cómo la cultura y la religión mesopotámica influyeron en la teología bíblica.