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El plan de Noemí
Rut continuó espigando en el campo hasta el mes de julio, es decir, durante la cosecha de la cebada y del trigo (Rut 2:23). Fue entonces cuando Noemí puso en marcha el plan que había organizado. Así pues, la suegra llamó a la nuera para compartir con ella los pormenores del programa destinado a cambiar su suerte.
Rut debía quitarse el oprobio de la viudez lavándose, ungiéndose y quitándose la ropa de viuda (Rut 3:3). Ya era tiempo de pasar página en cuanto a su anterior matrimonio. Después debía acudir al lugar donde los hombres aventaban el trigo por la noche y celebraban la bondad de Dios con la cosecha de ese año. Entonces, debía esperar, sin ser vista, a que se durmieran, y acostarse junto a Booz en la oscuridad de la noche (Rut 3:4).
Rut hizo caso a su suegra y llevó a acabo el plan que ella había ideado a pies juntillas. Así pues, cuando Booz se despertó a medianoche, se encontró con que Rut estaba tumbada a su lado. Lo que ocurrió aquí no fue, como algunos piensan, una proposición sexual de Rut hacia Booz. El libro se molesta en hablarnos lo suficiente del carácter de los dos como para desechar de plano esta idea. En cambio, es una proposición matrimonial. Rut estaba pidiendo a Booz que la cubriera con su manto del frío de la noche, y que la cubriera con su matrimonio de la dureza de la vida que soportaba. Le pedía que fuera la respuesta a la oración que había hecho de que Dios la protegiera el día en que se conocieron.
Pero le pedía algo más. Al ser pariente de Elimelec, Booz tenía la oportunidad de redimir a la familia y sus propiedades (Lev. 25). Es decir, podía tener un hijo con Rut que fuera legalmente heredero y descendiente de Elimelec mediante el matrimonio por levirato (Deut. 25:5-10). Booz era la clave que podía devolver la vida a la fallecida descendencia de su pariente.
Booz, gratamente sorprendido, volvió a elogiar a Rut por estar dispuesta a redimir a la familia de su suegra, aún a costa de casarse con alguien mucho mayor que ella. Estaba anteponiendo el bienestar de Noemí al suyo propio. De nuevo, la moabita era un ejemplo de abnegación y de entrega.
Así que Booz aceptó la oferta (Rut 3:11). Él se ocuparía de que la familia de su pariente fuera redimida, pero había un escollo. Y es que existía un pariente aún más cercano que Booz que podía reclamar el derecho de redimir a la familia de Elimelec. Para que Booz aceptara, el pariente tenía que renunciar a este derecho (Rut 3:13). Ahora era el turno de que Booz moviera ficha.
Por la mañana, antes de que amaneciera, Rut regresó a la compañía de su suegra para contarle qué tal había salido el plan. Además, lo hizo con una enorme cantidad de cebada, que bien podría ser la dote para Noemí. Booz ya estaba cortejando a Rut para que se casara con él.
Aparentemente, todo había salido bien. La familia sería redimida. Ahora bien, aún había un escollo en medio del camino. Si el otro pariente reclamaba el derecho de redimir a la familia, podría usar ese derecho para aprovecharse de la situación. Además, Rut podría acabar casada con un hombre mucho menos temeroso de Dios que Booz.
Noemí trató de tranquilizar a Rut. Ella conocía al pariente de su difunto marido. Él no era de los que posponían las cosas. Este asunto quedaría zanjado en ese mismo día que comenzaba. Ese día sería clave para el futuro de la familia.
El desenlace
Booz fue a la puerta de la ciudad. Ese era el lugar en el que se llevaban a cabo los asuntos importantes y los contratos en el antiguo Israel. La razón era muy sencilla, todo el mundo pasaba por allí. Así que, a las puertas de Belén, Booz se sentó a esperar al otro pariente (Rut 4:1).
Cuando vio al pariente, le hizo sentar con él y llamó a diez ancianos de la ciudad (Rut 4:2). Booz quería testigos para lo que estaba a punto de acontecer. Allí, en presencia de todos, expuso el caso de Noemí y Rut, que necesitaban a un pariente que administrara las tierras familiares, y así redimirlas. Esa responsabilidad recaía en el otro pariente, puesto que era el familiar más cercano. Aun así, si él no quisiera, Booz se ofrecía a redimirlas (Rut 4:4).
Para el pariente, pareció una buena idea. Él recibiría el disfrute de unas tierras con las que no contaba. Además, al no haber varones en la familia de Elimelec, nadie reclamaría jamás las tierras. Era un negocio perfecto. Así que aceptó.
En ese momento, en una maniobra maestra, Booz informó al pariente de que, al redimir las posesiones familiares, también debía darle un descendiente a Rut para que lo heredara todo (Rut 4:5). Ese paso significaba que tendría más gente que mantener y que, finalmente, no se quedaría con todo. Así que rechazó el ofrecimiento de redimir a la familia (Rut 4:6).
Así pues, en presencia de todos los ancianos y del otro pariente, Booz aceptó redimir las posesiones y a la familia de Elimelec, casándose con Rut y dándole un hijo que sería considerado descendiente del difunto (Rut 4:9-10). Los allí presentes prorrumpieron en bendiciones a la familia y al bebé que nacería (Rut 4:11-12).
Y ese bebé llegó. Para Noemí, el bebé era la consumación de la felicidad más absoluta. Él era la promesa de un futuro, sería quien la cuidaría a ella. Ese bebé, hijo de Rut, su amada nuera, significaba que todo había tenido sentido, que lo malo había quedado atrás para siempre. Ese bebé se llamó Obed (Rut 4:17).
Y es en el v 17, en cuanto conocemos el nombre del bebé que lo cambia todo, que la historia da un salto hasta el infinito. Es esta última revelación la que transforma una historia rural y bonita en una que está destinada a cambiar el mundo entero. Y es que Obed es, ni más ni menos, que el abuelo del rey David.
Que Obed tenga un nieto tan ilustre posiblemente fue importantísimo para demostrar el noble linaje del pastor de Belén. Pero, nosotros tenemos una razón mucho mayor para mirar a esta rústica historia como algo tremendamente trascendente. Y es que Obed también fue antecesor de nuestro Señor Jesucristo (Mat 1:5). Es decir, lo que hizo Booz al redimir a la familia de Elimelec y casarse con la moabita Rut tiene que ver con nuestra misma salvación, con el gran plan de Dios para la humanidad.
Es muy reconfortante el saber que Dios usó pequeñas historias de dolor y redención para cumplir su gran plan. Es reconfortante porque es ese mismo Dios, el que trazó un plan para transformar la pérdida horrible de una familia desdichada en la mayor bendición para todos en todas partes y en todo tiempo, el que está a nuestro lado cuando enfrentamos nuestras propias pérdidas.
¡Qué Dios tan maravilloso tenemos! ¿No es cierto?
Artículo originalmente publicado en el blog de la editorial EBI.